miércoles, 22 de febrero de 2012

Ceniza

Hora de almuerzo, encomienda distinta hoy.  A toda prisa me dirijo al banco a realizar un pequeño depósito de mi pequeño presupuesto, a mi madre.  Es que en estas épocas son pocos los que tienen grandes presupuestos.  El sol calienta y la brisa fría opaca un tanto su poder asfixiante.  Entre turistas jinchos y uno que otro deambulante llego al banco en el Viejo San Juan.  Digo banco a nivel genérico para no hacerle publicidad y menos a éste que es un pulpo insensible de garras finas.
La chica teller me mira con cara golosa, su piel es india, inquieta y mis ojos casados la miran con cierto respeto.  Realizo la mini transacción, ridícula ante la suma depositada, pero para pan y leche dan y algunos litros de gasolina quizás. Ante la ligereza extraña de la transacción, ya que lo común es joderse al menos diez o quince minutos en la fila bancaria, decido subir escaleras, bordear el Teatro Tapia, seguir subiendo y caer de carambola en la Iglesia San Francisco, para sacarme un poco los demonios de adentro.
En mi despiste eterno, no recuerdo que es Miércoles de Ceniza.  Los bancos de la iglesia no dan basto y hay gente de pie en los pasillos.  En días normales, sobran los bancos al punto que puedes recostarte y tomar una siesta. Pero hoy todo el mundo quiere que le pasen la ceniza en la frente y consagrase con Cristo.  De reojo miro a los lados y saludo sin querer la imagen de Charlie, el Beato.  Ya es hora de la comunión, la Misa está terminando.  La fila es enorme para comulgar y solo me queda pararme en el pasillo y esperar.
En la espera, Macondo se apodera, si porque Macondo tiene poderes que osan hasta a la mismísima Iglesia.  Entran dos cuarentonas, de esas calentonas y coquetonas que creen que tienen quince. Me quedo impávido, serio, con cara entre santo y bouncer.  Las chicas, en medio de la comunión se secretean algo que no percibo, se ríen entre ellas y una le da un palmetazo a la otra, cosa de bromas, de chicas juveniles que recién entra en la regla.  Así como llegaron, así se fueron, dando su pincelada macondiana al Miércoles de Ceniza.  Lo que no sabían las babies es que su acto es uno que provoca un espiral, un efecto dominó que es inevitable en Macondo. 
El primero de los sucesos, la pasada por mi lado de un juez.  Lo recuerdo de un caso contra alguien al que defendí, acusado y luego condenado por actos de fraude. Recuerdo su proceder ambiguo, inconsistente, en aquel caso. Hoy, el juez  iba con su regio traje y corbata clara, creo, planchados ambos a la perfección, con aura de importante.  Sus labios pequeños, finos y serios acababan de comulgar.  
Luego, el segundo suceso de Macondo, más marcado, de mayor espiral y efecto dominó.  Detrás del juez, no necesariamente acompañándolo, venía ese ex legislador que está de moda, cuyo nombre me reservo, al igual que el del juez, por respeto, por vergüenza ajena y a saber porqué.  Es ese al que le tomaron fotos atrevidas, de lunar ancho tipo Chacón en la sien, que quizás tuvo algún futuro prometedor en la política. Hoy, andaba con t-shirt y mahones, juvenil, como las chicas que llegaron y se fueron unos minutos atrás.  Había comulgado, y con todo derecho, como ser humano que es.  Pero, sin ánimo de juzgar, cuidado con los contrastes, especialmente si eres figura pública y tienes hijos que proteger.  Es una ironía insensata quizás, el derecho de expresión, de haberse liberado, que choca con la burla y el morbo de una sociedad que ataca basada en machismo y fundamentalismo muchas veces.
Tres circunstancias en cinco minutos, en medio de una procesión sagrada, un Miércoles de Ceniza.  Tres mentes, con algún grado de ceniza inmersa, que les hace actuar de manera incongruente e imprecisa a veces, guiados por el poder de espiral, de dominó, de nuestro querido Macondo.

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