jueves, 7 de febrero de 2013

Una de Siete

No hay puente, no hay semáforo, la oscuridad de la noche los inunda.  Cuatro ángeles, su madre comenzando a vivir y la bisabuela, llena de experiencias que contar.  Asumo vendrían de la farmacia, o el colmado, o quizás de comprar en la panadería un frozen o icee para cada pequeñín.  Al cruzar la avenida, la inocencia y la experiencia van de la mano, con alguna risa salpicada de un regaño liviano, pero todo del lado de la bondad.  Al otro lado, el Toyota Camry robado, blanco, color de la pureza, viene volando bajito, y lleva adentro dos o tres almas malvadas, confundidas, con mentes alocadas y desenfrenadas.  El golpe es seco, bárbaro, descomunal, y mata al instante a la familia, sin permiso, ni perdón, sin piedad. Ellos, los malvados, los confundidos, corren despavoridos y se internan en el caserío, antes de que la masa los linche y tome la justicia en sus manos y a voluntad.  Los pequeñines, la madre y la anciana mueren al instante, a  excepción de una de las niñas que vive para contarlo.  Vive para que la victoria de la maldad no sea total, para que los sanguinarios puedan ser testigos de que uno de los ángeles sobrevivió y está en pie de lucha aún.  Vive, sin su madre y su hermanita y hermanito, pero bendecida por el milagro de haber sobrevivido al acto de monstruosidad.
Los malvados se esconden, se internan en su complicidad, no les importa el velatorio, ni el sepulcro, ni el Padre Nuestro que rezó un guardia con la multitud iracunda a punto de explotar.  Les importa poco las voces que les dicen que se entreguen.  Su impacto mortal fue mucho más profundo y hondo que aquel que azotó a la corredora elite, aunque se asemeja en la complicidad, en la cobardía y en la indiferencia total.
Días después, al otro lado del terruño, dos individuos van a pescar. Uno muere a manos del otro pero antes es torturado y quemado a saciedad.  El asesino es arrestado y confiesa que el motivo del crimen fue la falta de pesca y el enojo sin justificación; razones muy difíciles de digerir, de creer y de contar.  Se especula si hubo alguna relación sentimental entre los dos hombres o si fue crimen de odio o alguna razón ulterior.  Algunos días después del acto salvaje, el asesino pide perdón, como hacen algunos, quizás con alguna pizca de sinceridad o quizás tratando de suavizar la bienvenida que le darán en el penal.
Pienso que hay que ser compasivo, humano ante la adversidad, y dar una segunda y tercera oportunidad.  Pero, ¿hasta dónde y hasta cuándo?  ¿y cuál es el disuasivo?  Y, en casos donde se ignoran las reglas básicas de convivencia y se asesina sin piedad, ¿vale la pena dar una segunda y tercera oportunidad?  Pregunto otra vez, ¿y cual es el disuasivo?
Mucha gente ya tiró la toalla, dicen que este patrón de crimen no parará.  A veces, en momentos de tensión y cuando leo la notica y veo el video de actos de barbaridad, pienso que la pena de muerte aplicada por el Estado es la alternativa eficaz.  Pero, luego reflexiono, miro adentro, y busco a Dios, y pienso que la muerte y la violencia deben cambiar, porque no tenemos otro remedio.  Pero para ello hay que sincerarse, y salir de la comodidad y dar recursos a los marginados para salir de la ignorancia, la violencia y lo que viene detrás.  Nuestros líderes, y nosotros mismos con nuestro ejemplo, somos los encargados de transformar y evitar que otros ángeles sean arrollados o matados a mansalva o que algún estilista sea asesinado y torturado por que no hay pesca, por su orientación sexual o por otra razón que jamás se justificará.

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