Jugaba con su mente, ese juega de la indulgencia, del apego y la proximidad extrema. Entraba a laberintos secretos, de movimientos tantricos y serenos. Tocaba las teclas de su piano de juguete y rebotaba su balón de baloncesto. Sonaba su campana tenue y melodiaba con el viento de mucho viento. Comía su chocolate crujiente, y así, entre juegos ocultos, comía parte del cuerpo de ella.
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