martes, 19 de abril de 2011

“El Chango”



A mediados del mes de julio de 2010, tuve un encuentro cercano de tercer tipo con un chango, no un mono, sino esos pájaros negros que obviamente no ven televisión, ya que se reproducen como los chinos.

Como suelo hacer, me voy a andareguear al mediodía en las cercanías del Capitolio.  Ese día atravesaba por el estacionamiento y de momento me percato que uno de estos pajarracos me está mirando atravesao.  En mi ignorancia e ingenuidad, gesticulé y emití un sonido para espantarlo y, para colmo, lo miré mal.  Pensé que con mi acto, lo espantaría como el que asusta a un lagartijo.  Nada de eso paso con esta mutación de Kilate y Pirita con King Kong, quien decidió atacarme.

No era la primera vez que era atacado por un chango.  En pasadas ocasiones, habían sido a traición y no provocaos por mi, como en este caso.  El primero fue en el estacionamiento de Plaza las Américas hace como quince años.  Cuando eso sucede, se pone uno como frío, tipo muerte chiquita.  Tan reciente como dos o tres meses atrás fue el segundo incidente, por el otro lado del Capitolio al atravesar un área de árboles.

Volviendo al relato, el chango comenzó a sobrevolarme, poseído quizás por la magia negra de su amo Chuchin, legislador pintoresco que en estos días está en la boca de todos desde que intentó, entre otras cosas, contratar a la voluptuosa modelo Super Yadira, y además confesó que tiene “suerte” con las mujeres, que tiene un templo de brujería en la República Dominicana y finalmente, reconoció a un hijo que hacía veintipico de años que no veía y le regaló su reloj costoso para demostrarle su “amor de padre”.

Volviendo al chango, éste me sobrevolaba como helicóptero en territorio enemigo.  Yo me desviaba para la izquierda y para la derecha y el contrallao encima.  De momento llegaron refuerzos y percibía tres o cuatro preparados para embestir en caso de ser necesario. 

El pequeño mounstro negro me fue llevando y acorralando hasta que me tuvo al borde de la carretera.  No podía cruzar pues venían decenas de carros, más de lo usual.  El chango usaba sus poderes y no solo queria amedrentarme, me quería asesinar, y luego le echaría la culpa a un acto accidental cuando algún carro me arroyase. Fue tanta la paranoia que decidí correr, como niña cuando sus compañeritos la molestan en la escuela; confieso que fue acto vergonzoso. 

Valga mencionar que en medio de este episodio de circo, tuve un testigo.  Era un policía que estaba dentro de su patrulla en el estacionamiento del Capitolio.  Yo lo miré como en busca de un aliado y él, con el cristal arriba, no intervino ni sometió a la obediencia a la criatura.  Solo presenció cuando le dije que el chango era un H.de P. Quien sabe si pude haber sido yo el arrestado por haber proferido palabras soeces en este “Sagrado Recinto”.

Finalmente, me interné en el edificio donde trabajo, el antiguo edificio de Medicina Tropical.  No me atrevía a salir pensando que iba a suceder un ataque en masa , tipo los murciélagos de Batman cuando salen de la Baticueva. Me fui tranquilizando y la paranoia e inseguridad fueron cesando un poco. 

Pienso que estos changos están medio apestaos pues no tienen comida suficiente. Además quizás atacan con el propósito de proteger a sus crías.  Eso no quita que  son malcriaos y peleones por naturaleza ya que a cada rato los veo peleando entre ellos, encrespaos y haciendo muecas extrañas para amedrentar al adversario.  Son guerreros, por eso en honor a ellos el equipo de volibol de Naranjito se llama “Los Changos”” y han ganado más de veinte campeonatos.

Luego del suceso, le comenté el atentado a varias personas.  Mi mamá, amante de los animales, me dijo que me hiciera “amiguito” de ellos y que les tirara pan mientras caminaba.  Tal era mi necesidad que seguí este práctico pero ridículo consejo.  Al mediodía, si voy a caminar en el campo minado, me llevo dos o tres lasquitas de pan de sándwich y cuando veo a alguno en mi periferia, se lo tiro.

Es asombroso, la capacidad que tienen para percibir el dichoso pedazo de pan. Tan pronto lo tiro vienen como diez, muchos volando de distancias no muy cercanas; es decir, estamos hablando de un ser sumamente perceptivo.

Ayer, 26 de agosto de 2010, venía caminando de la Biblioteca Carnegie, luego de la Marcha de protesta de los maestros.  Iba con mi pancito y lo tiré a unos cuantos.  Luego de arrojar el último, a los dos o tres minutos me pasó otro chango a distancia cercana a mi mano y pegué un brinco del susto. Nuevamente una guardia se percató y no lo arrestó.  No se si el chango era malagradecido y quería más pan o meramente me estaba dando las gracias.

Desde el incidente del chango hace un mes atrás me enchumbé en la lluvia, se me daño la batería del carro, el carro se sobrecalentó ya que a los técnicos mecánicos se les “olvidó” conectar un cable luego de un arreglo, se me vacío una goma al caer en un boquete en la carretera a las 9:30 de la noche, entre otras.  En mi mundo imaginario, lo veo como la venganza o la maldición del chango. Tendrá algo que ver con esto el dandy Chuchín, quien quizás da órdenes desde su oficina a estos depredadores asesinos? Será parte de su vendetta por no haberlo dejado contratar a la Super?

Espero que no y seguiré con mi pan haciéndome amiguito de los prietos…

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