Hace unos meses laboro en el Capitolio, realmente en un anexo de éste, en el edificio de lo que antiguamente era dedicado a medicina tropical. Mi trabajo es semi-monástico: leo, redacto y opino. Diz que soy asesor legislativo, aunque conozco de manera casual a solo un legislador. Por decirlo así, soy asesor fantasma o por control remoto ya que ni mi firma aparece en los escritos. Los firma otra persona y solo aparecen mis iniciales en letras pequeñas. Pero, a llorar a maternidad. Quizás ser anónimo por algún tiempo tenga algunas ventajas, a saber yo.
Lo más interesante de mi trabajo es la hora de almuerzo y las ocasionales protestas. Vivo en una GESTAPO, donde te miden los minutos y los pasos. Si no fuera por la iglesia, el gimnasio y la playa que tengo cerca del trabajo, quizás hubiese perdido la cordura.
Hablando más en serio, la experiencia me ha servido para afinar mis técnicas de redacción y de conocer nuevos temas legales. Me sirve también para corregir Proyectos de Ley que parecen ser redactados por aspirantes a graduación de estudiantes de octavo grado. (Les confieso que prefiero el revolú de la litigación, especialmente aquella dirigida a defender a los menesterosos y las causas justas)
Vamos al tema, como diría Don Pulula, Armando Galán y Figura, Mr. Blup o Don Florito en “Desafiando a los Genios”. El 30 de julio de 2010 era el último día de aprobar Medidas por la Asamblea Legislativa y había un corri corre por parte de los Legisladores de Mayoría; el frenesí era para aprobar Proyectos de Ley a último momento. No conozco detalles, pero se dice que era un amapucho para quedarse con el botín de guerra.
En protesta, par de cientos de estudiantes, empleados del C.R.I.M. y otros se amontonaron como hormigas bravas frente al Capitolio. Entre otras cosas, se protestaba por motivo de la prohibición tiránica de no permitir la entrada al público a las sesiones del Senado.
Un tanto después de las cuatro de la tarde, le rosearon el famoso “pepper spray”, igual al usado en De Diego 444, a unos periodistas que estaban sentados bajo protesta dentro del Capitolio. Fue un ataque sorpresa, cobarde, tipo guerrilla vietnamita, pero sin justificación como aquella que si tenían los asiáticos en aquella guerra de los 70.
Los empujones por las escaleras y los gases lacrimógenos hacían parecer al Capitolio como una discoteca virada al revés. Par de horas más tarde, el escenario se complicó aún más con la Guardia Montada y la Fuerza de Choque. Los guardias en sus caballos parecían figuras mitológicas semi-diabólicas y los de la de Choque, Sansones sin mente. Los estudiantes coreaban plenas y estribillos ejerciendo su libertad de expresión, la misma que defendió Madison irónicamente.
Al filo de las 6:20 p.m. me fui de aquello luego de presenciar las escenas por unos veinte minutos a mi salida del “monasterio”. Me entero que apenas diez minutos después se formó la Grande con la violencia a doquier. Los rotenes daban donde fuera: caras, tetas, espaldas, cámaras, a viejos, jóvenes, mujeres, barbudos y lampiños. La porquería del puerco salió a relucir nuevamente. Los pit bulls estaban en su apogeo ya que sus dueños les habían quitado sus cadenas.
Persiguieron a los manifestantes hasta la Plaza Colón y hay quien dice que el humo llegó hasta la San Sebastián. Los seguidores de los Porky Pigs dirían luego que eran unos héroes. La oposición, la mayoría de la población entiendo yo, diría que era un golpe fascista, dictatorial y de ataque a derechos fundamentales, según dicta la Constitución.
Los más realistas, y a la vez pesimistas, dicen que es el principio de más confrontaciones, dando la impresión que se aproxima una Guerra Civil. Los más utópicos manifiestan que debe abrirse el diálogo y crearse círculos de paz y armonía, quizás pretendiendo cosas irreales parecidas a que Abdullah the Butcher le de un besito en el cutis a Carlitos Colón.
La realidad es que el agua y el aceite no mezclan. La visión neoliberal del Gobierno actual no le cuadra ni le cuadrará a las facciones de izquierda o semi izquierda del País. El materialismo insensible no forma parte de la ecuación matemática de aquellos que promulgan por la justicia social y le importa un comino los alegados bonos chatarra que le quitan el sueño a los del Poder.
La democracia y la libertad de expresión deben ser respetadas. Nadie protesta como si estuviera en las canchas de Wimbledon o en la misa dominical. La Policía, o el Estado, no pueden pretender que la reparación de agravios y la inconformidad se den en un marco de tomar té a las tres de la tarde. Es como pedirle a Jennifer López que no se contonee cuando baila.
Al otro día del incidente, escuché diversos puntos de vista en el Capitolio. Unos se mofaban del incidente tomando a broma algo muy serio. Otros negaban que hubiese fuerza excesiva, les daré el número telefónico de mi optómetra en algún momento. Unas abogadas tertuliaban, una en dos aguas, con Dios y con el diablo, sin tener postura definida. Las otras, más críticas a la policía, pero no totalmente claras en cuanto a lo sucedido o pretendiendo ser objetivas por si las paredes oyen. De mi parte, mutis, ya que soy alegado empleado de confianza, y contrario a los legisladores de minoría, soy minoría encubierta que está en este trabajo por carambola de la vida y si abro mi boca, peligran mis habichuelas y por consiguiente el bienestar de mi familia. Habrá que cargar con la cruz hasta que soplen otros vientos, espero.
Entiendo que hay policías responsables y dignos. Pero hay otros, con y sin uniforme, hasta con corbatas, que imparten instrucciones o las reciben y ejecutan como verdugos sin piedad. Es en ese momento que aflora la molestia, el enfado y, en vez de respetar al oficial del orden público, surgen imágenes que me recuerdan al puerco o al lechón de la Navidad.
Ojalá (como diría Milanés) que algún día lleguemos a una plenitud como pueblo, sin dimes y diretes políticos, donde el ser humano y no el dinero sea el centro de nuestras vidas. Un lugar donde reine la verdadera democracia y exista el progreso en todo su significado, más allá de construir una obra de cemento, cuadrar un presupuesto o enriquecerse a costa del pueblo.
1-julio-2010
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