martes, 5 de abril de 2011

"A Mi Que No Me Vengan"

El tiempo es limitado, tengo muchos compromisos, me duele la cabeza, estoy en contra del reloj.  Estas son las excusas para vivir en un mundo egocéntrico y de plácemes, para hacértela mentalmente.  Si, porque dar de tu tiempo para el otro no es negocio.  Es “ajústate tu a mi tiempo, y móntate en mi guagua” dirán muchos.
El frenesí en que vivimos no nos deja pensar, nos hace vivir pensando que hoy es mañana y mañana es hoy.  Nos nubla la mente, nos hace ir en reversa en nuestra evolución y nos hace perder experiencias mágicas, en la locura de vivir.
Todavía recuerdo cuando tenía 11 años. Mi inocencia era latente y no había excusas ni problemas para compartir con los demás.  Todo era natural. No habían agendas comprimidas, ni citas médicas  atropelladas, ni viajes de placer que te comprometen, ni nada que nada.  Siempre había tiempo para la familia y los amigos.  Ahora, la  agenda de cada cual  es primero y si el otro quiere, “que se monte en mi guagua” dirán muchos.
A  los once años, jugaba con mi hermanito menor a lucha libre en la cama, brinca que te brinca.  De manera imaginaria, Henry Guillermo, de 4 años, se transformaba en Carlitos Colón, el Acróbata de Santa Isabel.  Se quitaba la camisilla de un lado, y se dejaba una tetilla al descubierto   Yo era una mezcla de Abdullah the Butcher y el temido vaquero Bob Ellis, que hacía la garra de la muerte, apretando con mi mano, de manera simulada, la frente del enano.  Todavía recuerdo sus ojos avellanados, su pelo alegre y vivo  y su risa contagiosa. Todavía recuerdo cuando me choteaba  con nuestra madre  porque a escondidas yo sintonizaba en televisión  a Iris Chacón, la vedette de América.  Todavía recuerdo cuando yo me iba a mi mundo de basketbol y le pasaba por el lado a su mundo del cazador de la jungla que montaba alrededor de un árbol al frente de nuestra casa.  Momentos mágicos aquellos, libres de prisa alguna, libres de excusas o egoísmos.
Pues a mis doce años, y cinco de él, nuestro mundo de alegría y diversión llegó a su fin.  Henry se marchó al Cielo, sin despedirse, sin un beso o un adiós.  Si, mi mundo de basketbol continuó, pero triste, desorientado y oscuro.
Esa oscuridad apareció de momento, cuando menos me la esperaba y así le puede surgir a cualquiera.  Vean el caso de la doctora que, sin intención, abandonó en estos días a su bebé en su carro.  Murió asfixiado, deshidratado, en fin no hay palabras. El infante murió en el estacionamiento de los “Outlets” de Barceloneta, sitio donde su madre tiene (o tuvo) su oficina y ejerce su práctica en ginecología; lugar que asumo ella no pisará jamás, ni en el mejor de los Especiales de Navidad.  Una madre que en su frenesí, confusión, distraimiento, stress, o qué se yo, se fue a atender pacientes y horas después realizó su error. Un error que es una pesadilla, que crea una cicatriz de altas dimensiones, que se mezcla, en el caso de ella, con un sentido de culpabilidad que la llevará a pensar en morir mil veces mil.  Solo el tiempo, sin prisas, quizás le cure algo de esa herida.
Pues, la reflexión y la paz mental son cosas que deben prevalecer ante la carrera diaria que nos impone este mundo moderno y absurdo, de corre y corre, de “móntate en mi guagua”, y de excusas para no comprometer tiempo y espacio.  Es un escenario peligroso, donde se escapan momentos mágicos, por falta de compromiso con tu prójimo. 
Pero, para entender esto, la persona tiene que soltar, tiene que vaciar su propio vaso, debe sincerarse consigo mismo, de verdad y no de embuste, y liberarse.  Si no, será preso de su ego, y de su mundo egoísta e individual, creado en gran parte por el “ajite” que vive y de la que es esclavo. 
Por lo demás, cuando me dice alguien que no tiene tiempo, o deseo, o que tiene compromisos previos que siempre surgen de manera reiterada y repetitiva, los dejo que sigan su camino, en su guagua y no la mía,  y en mi interior, repleto de experiencias macondianas, repito la frase de “a mi que no me vengan…”

5 de abril de 2011

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