Todos quieren lo mismo- el poder, unos con unas intenciones y otros con otras, alegadamente. La recta final llegó y el viaje montado en tumba cocos y dar la mano 600 veces al día terminó. Los debates estériles terminaron, la cara rebosante de maquillaje y el “photoshop” terminó. La avalancha de comerciales que cuestan millones llegó a su fin. Todos se cantan ganadores, todos tienen las encuestas a su favor, el de ellos es el mejor y el otro es un casi ganador. Las doñitas que van a los “meetings” tendrán que volver a su bingo y los otros buscarse otro actos de fanatismo.
Por el momento las mentes de aserrín siguen siendo bombardeadas con propaganda engañosa. Se les lava la cabeza y se les manipula su poco cociente intelectual combinado con poca escolaridad.
Seguimos sumidos en la fatídica rutina colonial, de levantarnos temprano y moldearnos a la astucia del político de turno que en tiempos recientes ha tomado matices cada vez más pronunciados de demagogia y violencia dictatorial.
¿Qué nos queda a los más o menos pensantes que somos exprimidos entre esa masa ignorante y esa elite de millonarios que se afilan los colmillos? Pues seguir pensando, leyendo y sobreviviendo.
¿A dónde nos dirigimos? A lo inevitable, a darnos contra la pared y ver si de algún modo nos definimos algún día, dejando atrás lo complejos de inferioridad y que dependemos para vivir de los que nos envíe el Tío Sam.
El 6 de noviembre será un día para decidir. Decidir si continuamos sumidos en un derrotero ambiguo donde los que están en el poder alegan progreso o decidir si rompemos las cadenas y nos encaminamos a la libertad individual y global dentro de un mundo complicado por demás.
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