Es extraño ver a personas celebrando la muerte de sus seres queridos. O más bien rememorando sus cualidades positivas y atributos. Su bonita sonrisa, su compañerismo, su forma de ser, su gratitud, su sentido del humor, así describen al asesinado.
Parece extraño, son manifestaciones que antagonizan con lo natural. Dar entrevistas a la prensa, en programas de televisión, ser líder de marchas a favor de la paz cuando te matan a un esposo, un hijo, o un padre son fenómenos que no se entienden del todo. Pueden ser manifestaciones espontaneas, pero de alguna manera siento que la soledad y la angustia prohibirían ese tipo de conducta.
Son conductas que reflejan tendencias y modos de ver la vida de manera distinta. Quizás demuestran fortaleza y fe o quizás son mecanismos de defensa para poder continuar sin la compañía de aquel que fue asesinado vilmente. Son también tendencias repetitivas que ilustran lo patético del panorama que vivimos donde matan a decenas de personas en una semana y nos dedicamos luego a escuchar los dulces recuerdos y anécdotas relacionadas al ser asesinado.
Lamentablemente este tipo de manifestación no detiene el problema. Para atajar el problema hay que considerar medidas drásticas y definitivas, sin titubeos, sin risas, y sin cuentos de camino. Deben tomarse decisiones que vayan más allá de lo que ya hemos hecho. Conlleva revolucionar el sistema educativo, especialmente el público, para ofrecer herramientas y escenarios idóneos para formar ciudadanos de provecho. Conlleva meterse a esos residenciales y barriadas a educar a los miles de analfabetas. Conlleva llevar brigadas de trabajadores sociales, sociólogos y sicólogos que acampen en esos lugares y no abandonen hasta que no atajen la violencia y la inmundicia. Conlleva poner a trabajar a los miles de mantenidos y vagos que viven del Estado y tienen la auto-estima en negativo veinte. Conlleva analizar castigos, sin excluir la pena de muerte, y castigar a desalmados que asesinan viciosamente. Conlleva que los ricos y famosos den de si y de su fortuna y ayuden a los marginados, no dándoles dinero y limosnas, sino patrocinando talentos, adoptando escuelas públicas, adoptando barriadas, fomentando el arte y la cultura, la música y el deporte para que llegue a los desposeídos. Conlleva proteger a los niños y jóvenes del maltrato y la indiferencia para que mantengan su inocencia aún cuando lleguen a viejos. Es dar a los otros para crear algún tipo de socialismo democrático donde todos tengamos valor y nos sintamos con valor.
Son resoluciones difíciles que nos tocan a todos, al Gobernador, al banquero, a la ama de casa, y al limpiabotas. Bajar de esa nube fantasiosa, sincerarnos, aceptando que estamos en un caos y que no somos meros espectadores sino actores en donde cada uno tiene que hacer su parte.
Es dar de nuestra energía, no para adquirir bienes materiales inmediatos, sino para buscar maneras de que Puerto Rico cambie.
Es entregarse y dejar a un lado el chisme, los ataques, las neurosis y la zanganería global para transformarnos en una sociedad digna. Si países como Dinamarca y Canadá, por mencionar dos, lo han logrado, ¿por qué no podemos nosotros? Talento hay de sobra, profesionales hay de sobra, pero hay que educar al oprimido, convertirlo, y proveerle espacio para crecer y evolucionar. De lo contrario, seguiremos divididos, asustados, y encerrados en nuestras casas, impotentes ante Macondo.
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