El 21 y 22 de septiembre de 2010, víspera del Grito de Lares, se fundieron colores que asomaron alguna esperanza a nuestro atribulado pueblo. Ese día 21 contemplaba el mar en mi hora de almuerzo. Estaba revuelto, con olas de “surfer”, oloroso a salitre, mágico, “endrogante”…
Llevaba quizás diez o quince minutos en el viaje, cuando veo camisas anaranjadas frente a las escalinatas Norte del Capitolio. Pensé que era una mini concentración de algunos obreros descontentos, o trabajadores del Capitolio o de esos alcahuetes que se ponen las chamarras cuando se les ordena que lo hagan.
Pues ninguna de las anteriores. A la distancia, comenzaron a sonar bocinas que parecían vuvuzelas “king size”. También, guaguas y carros amarillos a un lado de los dos carriles; en el otro carril habían carros anónimos en medio de un tapón, mentando la madre quizás. Por un altoparlante de uno de los vehículos amarillos, se escuchaba a un hombre decir que era el último día de la Marcha o Cruzada de la Esperanza de Hogares CREA y que le daba las gracias a un legislador cuyo nombre ya olvidé ya que no es de aquellos de primera plana.
En una plataforma llevaban tres carros nuevos que se iban a rifar junto a un cartelón que anunciaba la lista de premios de consolación que oscilaban desde televisor plasma, computadora y demás. Estas rifas son comunes en nuestra Isla y sirven para recaudar fondos y de paso dar a conocer la Institución. También son características de CREA la venta de bolsas plásticas, los polvorones y los bizcochos que siempre me pregunto si se venden o no ya que con lo prejuiciada que es la gente pueden pensar que el ex-tecato quizás le pegue algo si le compran algo.
De repente, me vino a la mente el nombre de CheJuan, creador de CREA, valga la redundancia, que al igual que el otro Che (Guevara) fue un revolucionario, pero de otro tipo. Hace años que existe el Hogar CREA, desde que tengo uso de razón, y aunque criticado por algunos o muchos, entiendo que ha salvado a unos cuantos de las garras de las drogas.
Pues volviendo al evento, comencé a ver más camisas anaranjadas que se fundían con el amarillo de los vehículos. Mi viaje sideral en compañía del mar se había interrumpido. Los participantes de la marcha en su mayoría eran jóvenes ex-adictos y del género masculino. Todos los que vi eran típicos puertorriqueños en apariencia física, no había ni un solo blanquito con ojos claros; yo era la nota discordante en este evento. De cada diez, tres o cuatro fumaban según mi percepción; asumo que ese vicio les apaga el otro. Yo quería que me vieran contemplando el mar, me imitaran y se “endrogaran” con el salitre, el viento, las olas embravecidas y soltaran el cigarrillo.
De momento, se acercó un grupo y dos de ellos comenzaron a pelear por motivo de un padrino de Coca Cola. Por lo que pude entender, uno le reclamaba al otro que le había pegado el “pico” demasiado a la botella y había tomado demasiado. Tenían tela de abogados, por lo visto. Pensar que quizás hace seis meses atrás la discusión pudo haber sido por una jeringuilla de heroína.
Me alejé un poco de la discusión y seguí embelezado con el mar. Estaba parado en una columna o muro y lo veía en todo su esplendor. Quería volar como gaviota, aunque fuera por un rato. De momento, pasó otro grupo y uno de ellos me dijo: “No te tires!” Me quedé mirándolo mientras pasaba y pensando en el sentido de humor reflejado. Él siguió su paso y de momento se volteó y me miró con cara pícara. Tela de comediante, sin duda.
Luego de que el muchacho me salvara del “suicidio”, decidí sentarme y dejar a un lado la imagen de Jesucristo Salvador del mundo. Una quinceañera, trigueñita, de piel cobriza, se me sentó como a ocho pies. Cantaba mientras oía su radio con audífonos, estaba en su viaje también. Se le aproximó minutos después un muchacho de CREA tomándose su Malta, bebida refrescante que revive hasta a un muerto. Ella, con sándwich en mano, le hacía bromas y le decía que ella no fue quién lo mando a fumarse la colilla de marihuana, etc... etc.… Entrábamos en ese entonces en diálogos “underground” que mis oídos vírgenes no están acostumbrados a escuchar muy a menudo. Pensando ahora, quizás la nena tiene tela de sicóloga y estaba, a su modo, ayudando a su pana.
Al otro día, el 22, anunciaron una marcha de la UIA, organización que agrupa a los obreros de la “Autoridad de Acueductos y Alcantarillados”. Pasarían por el Capitolio y de ahí a la Fortaleza. Eran muchos también, en este caso verdi- blancos, como la bandera brasileña. Estos, contrario a los de CREA, no venían en son de paz, sino de lucha. Venían a hacer valer sus derechos y su convenio colectivo, aunque les costara cabezas rotas por parte de alguna macana policiaca.
Al salir a la calle al mediodía, como preso que sale a la libre comunidad, escuché la voz del presidente del Senado dirigiéndose a los manifestantes. Les prometió defenderlos para garantizarles su empleo y condiciones de trabajo. Ellos, acostumbrados a la pelea y a la confrontación, no tuvieron otra alternativa que aplaudir y quedarse pasmados. Sin poder predecir qué pasará mañana o si se cumplirá la pronesa, su líder propuso suspender la protesta a la Mansión Ejecutiva, en un acto de reconciliación y tregua. Se marcharon satisfechos la mayoría, aunque no les niego que uno de ellos profirió sapos y culebras cuando me pasó por el lado, acostumbrado al conflicto y molesto a saber porqué. Quizás no creyó lo que escuchó…
En resumidas cuentas, esos dos días, por par de horas apenas, se fundieron el azul y blanco del mar y el cielo, el anaranjado de las camisetas de CREA y el amarillo de sus vehículos, el verde-amarelo de la UIA, el color mármol del Capitolio y el verde de las palmeras y las playeras. Fusión de colores, de unión, que asomaron algún rayo de luz y esperanza, que quizás fue momentáneo. Esperemos que no…
De mi parte, por el momento y por siempre, buscará refugio en el mar y espero no me vuelvan a interrumpir.
24 de septiembre de 2010
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