En días recientes casi no he dormido, con medio ojo abierto y el otro cerrado. Así es. He estado dándole tratamiento a mi hijo Marcelo Guillermo, ya que la monga le ha dado duro. Él, al día de hoy, todavía está esmongao, pero mejor que hace unos días, gracias al Señor y al beato Charlie.
En esas épocas de monguera, uno sufre en cantidad. Veamos. La fiebre era alta, de 102, y no quería bajar. Por las noches, me convertía en el Señor Hielo, el villano de la serie “Batman”, y a fuerza de gorro de hielo y de toallas frías, le intentaba apagar el fuego corporal a mi gordin. También, le frotaba megadosis del Alcoholado Superior 70, haciéndome sentir como espiritero de Loíza, y su poquito de Vick’s, remedio casero milenario (el otro día me enteré que se hace en Alemania y no en U.S.A., según la etiqueta).
El pobre nene se dejaba frotar los menjunjes ya que no le quedaba otro remedio. En circunstancias normales, Marcelo se hubiera reído a carcajadas o quizás protestado airadamente, al tener genes de fiscal, heredados de sus padres abobados (debo decir abogados). Pero, Marcelito estaba delicado y dejaba que papi procediera. Así estuvimos por tres días aproximadamente.
La etapa de Macondo comenzó en dos pequeñas farmacias de la comunidad. Me vendieron supositorios para bajar la fiebre con menos de la mitad de miligramos supuestos para tratar la fiebre de mi hijo. Antes de vendérmelos me preguntaron la edad, pero no el peso, factor esencial para determinar la cantidad de miligramos que corresponde. Me enteré del garrafal error por casualidad ya que por obra del destino llamé de madrugada a Walgreen’s del Condado y me clarificaron el asunto.
Así siguieron los días. Una primera pediatra dio el segundo Macondazo al diagnosticar un simple catarrón y recetar un jarabito. Lo habíamos llevado a donde ella por la cercanía de su oficina a nuestro hogar. Par de días después su pediatra “en propiedad”’ estableció que la monga era un cuadro agudo de sinusitis y bronquios inflamados, obviamente sujeto a un tratamiento más agresivo que incluía, entre otras cosas, el uso de antibiótico.
Qué le pasa a algunos profesionales de la salud. Tienen miopía intelectual o piensan con el culo? Lo cierto es que ponen en riesgo la salud de personas, específicamente bebés y niños, ante sus lapsos mentales y negligencia.
Al tercer día, no según las Escrituras, lejos de haber resucitado, me sentía como Momia mutada con Zombie. Yo también estaba enfermo, con sinusitis grave, y como dije, no había dormido lo suficiente.
La monguera, de momento, se convirtió en un episodio cirquense de despiste. Me explico. Había tenido otra charla en el recetario de Walgreen’s con una técnico de farmacia muy amable y servicial, de ojos gatubelos parecidos a los de Bo Derek. Me había clarificado varias cosas sobre el cóctel de medicamentos recetados y me sorprendí de mi ecuanimidad al poder entenderla a pesar de mi sonambulismo.
Todo este convencimiento de agudeza mental que pensaba exhibía terminó al salir de Walgreen’s; ahí ocurrió un nuevo episodio macodiano. Había estado como cuatro días utilizando un carrito rojo “Mitsubishi Mirage” de mi suegro ya que mi carro estaba sin gomas en espero de cobrar y poder costear las Pirelli de mi auto (no es capricho, es que es la goma que lleva mi carro lamentablemente). Ya saliendo de la farmacia aludida (para que no piensen que es un anuncio pagado), llego al carro de mi suegro y al introducir la llave en la cerradura no hace juego. Trato otra llave parecida y por fin abre la puerta. Me monto para irme y de momento suena la alarma. Me digo a mi mismo que era sumamente raro ya que a mi entender el carro de mi suegro, usadito pero todavía eficiente, no tenía alarma ya que no habían pretendientes para sacarlo a bailar (robárselo más bien).
Ya comenzaba a maquinar que tenía que llamar a mi suegro para desconectar la dichosa alarma. De momento, corre hacia mi el guardia de la farmacia, un muchacho quizás de 22 años mal tasao, con cara despavorida y me dice: “Oye que tu haces, ese es mi carro.” Yo, en “shock””, vergüenza y arrepentimiento, traté en una oración o dos explicarle la odisea de los pasados cuatro días con miras a que entendiera que yo no era Butch Cassidy, Al Capone ni el carjacker de Rexville. El guardia, que me imagino que tenía un “love affair” con su carro, fue entendiendo que todo había sido un accidente y decidió tirarme la toalla.
El auto del muchacho era también un “Mirage” rojo, más nuevo que el de mi suegro, pero de un tamaño y forma similar. El mismo estaba estacionado cerca del de mi suegro, específicamente con un carro entre medio, y por eso la confusión dantesca de mi parte.
Para colmo, frente a la “escena del crimen”, estaban dos policías estatales, de esos que no salen del “GYM”, y dispuestos a intervenir. Con la vergüenza que aún tenía, les expliqué como un loquito, (les gritaba de lejos a través del parking y se entero medio mundo), las razones de la confusión y a los forzudos guardias les estuvo muy gracioso, típica reacción del macondismo portoricencis o del “ay bendito, ese tipo está bien loco, vamos a dejarlo quietecito”.
A veces, vivir en Macondo tiene sus ventajas, no lo niego. Si llego a ver estado en Alabama, quizás me meten en la patrulla y me llevan al Juez Colgate del distrito de Chatanuga como escarmiento para que aprenda a no meter la llave en carros ajenos.
La metida de pata o “blooper” le dio mucha gracia a mi esposa y yo me reía al contárselo. A mi mamá, claro está, no le dio tanta, y me regañó diciéndome que ponga cabeza que me pude haber metido en un problema. Todo depende del cristal en que se mire…
Hoy 14 de mayo de 2010 las cosas están más o menos normales. Todavía estamos medios podríos y tratando de echar pa’lante.
El camino es largo. Por eso, hay que comer saludable, orgánico en la medida que se pueda, sembrar un huerto si te acuerdas para descansar de los pesticidas y otros, descansar, cosa que nos olvidamos, coger la vida más en en broma, darse la vueltecita por la playa a respirar aire fresco y proseguir la marcha con la sombrilla en mano, por si acaso, entre mongas y despistes…
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