Desde niño escuchaba la frase Pueblo, junto a los extintos Grand Union y COOP. Por Rio Piedras, hay uno milenario llamado Conchita, que no frecuentaba pero lo veía a menudo, desde afuera, cuando camino de la escuela la guagua escolar, conducida por Rolón, doblaba la esquina de la Mayagüez a la Barbosa camino a casa de mi tía Merce. Ahí me comía mi buen plato de arroz y habichuelas que me servía Janet, señora bondadosa, fuerte de carácter, culona y dominicana que vivió una vida en casa de ellos y crío a mis primos e hijos de mis primos.
El eslogan del supermercado Pueblo es o era “Este es tu Pueblo” pero hace par de años pisaron fondo, perdieron mercado ante la competencia, cedieron locales, y por poco se van a la prángana.
Están tratando de resurgir como el Ave Fénix pero ayer parecieron pollitos mojaos. Me explico.
El jueves, 6 de mayo de 2010, me dirigía a una clase de tenis e iba super tarde, Hice la compra, de esas parecidas a la competencia que hacen a veces por t.v. donde en un minuto coges (o agarras, si estás en la Argentina) todo lo que puedas echar al carrito. Al hacer semejante ejercicio, estaba medio zombie pues la noche anterior me había acostado a la 1 a.m. escribiendo una columna que titulé “Tabú” en honor a mi fenecido perrito Boxer (nunca escribo a esa hora, no piensen que soy García Márquez, fue un mero embolle momentáneo).
Pagué en la caja y no habían fondos suficientes para el famoso cash back (modalidad moderna que te facilita la vida pero te pela más). Esta lamentablemente es la realidad del trabajador a mediados de quincena.
La clase de tenis peligraba y mi “estrés” y “escuatro” aumentaban. Corrí como un demente a la ATH (o ATM que suena más chic), apreté los botones mal como tres veces, cosa típica ante la prisa esquizofrénica, saqué un dinerito y me dispuse a pagar.
En la caja. me había atendido par de minutos atrás una belleza parecida a Chiquitota, con moñitos de niña de segundo grado. Me miraba con ojos lujuriosos y yo pensaba “porqué estaré tan bueno pero mija no estoy pa eso y menos en este momento”.
La Chiqui le seguía cobrando a otros clientes y la paré en seco y le dije que me cobrara. Me miró confusa, nuevamente con ojos lujuriosos. Llamó a su superiora, una boba de apenas 20 años, para preguntarle que procedía ante la burocracia comercial de mi adorado Pueblo.
Había que pasar otra vez la compra y cobrarla. Yo cuestioné el proceso diciendo que ya se había pasado y manoseado por Chiqui (la compra, no sean mal pensaos). Mis reclamos, un tanto ilógicos reconozco, fueron infructuosos y me sentí como político de minoría cuando le apagan el micrófono.
Me pasaron a otra caja, especial para mi. No se si me debía sentir VIP o como cuando selectivamente meten a uno a un cuarto en el aeropuerto ante la sospecha de que eres un comunista o un terrorista.
La quinceañera jefa se regodeaba sabiendo que yo tenía prisa. Ya le había dicho que me cobrara, con cierta premura. Pero era su venganza, la de sulfurarte, la de, si tienes prisa, chávate, que yo salgo a las 10:00 p.m. y me da lo mismo.
Mi cara no era de muchos amigos. Ella, minutos antes, ante mi cuestionamiento de porqué pasar los artículos nuevamente, había enfrentado mi reclamo con un tono agresivo y prepotente de que “era política de la compañía”. Al yo decirle “no quiero discutir contigo” ella subió el volumen y dijo “yo no estoy discutiendo”. No es lo que dijo, sino como lo dijo, no sé si me entienden?
Es que son manías adquiridas de tener un trabajo y sentirse con el derecho de pelear con el cliente. Es que no saben que “el cliente tiene la razón”, que te compra miles de dólares, que los empleos están escasos y mejor te callas la boca o, si la abres, hazlo con cortesía.
No, eso no, tienen que demostrar que tienen la razón, que pueden ser malcriaos con el cliente si les da la gana, que la temeridad no importa, que todo vale en Macondo. Es como si me estuviesen regalando la comida en casa del vecino y me tengo que atener a las consecuencias.
Volviendo al presente, le pregunté que dónde estaba el “bagger” y se le salió en tono del Exorcista “que pasó?” Yo no lo podía creer. No entendía ella que no quiero pelear ni discutir. Que se busque un novio o un perro pa’ pelear. Lo que yo quería era largarme a darle par de raquetazos a la maldita bola de tenis.
Ante la soberbia de la chica, tuve que recurrir a la temida frase “soy abogado” seguido con la pregunta “sabes lo que es la libertad de expresión?” como diciéndole que yo tenía el derecho a demostrar descontento sin tener que soportar sus sandeces.
Noté que se congeló. Se le aquietó el demonio momentáneamente. Habrá pensado que por yo ser abogado tenía poderes mágicos que la podían destruir en cualquier momento, tipo Harry Potter, personaje y película que solo he visto en cortos en el cine, y cuidao.
Ella siguió pasando la compra y cobrando. Al terminar, me dio las buenas noches de manera robótica y yo no se lo devolví. El espíritu grosero, quizás traído simbioticamente ante el mal rato, me lo imposibilitó. La frase de lo cortés no quita lo valiente no hizo mella y me quedé serio como jugador de Poker en la última jugada. Le arrebaté el recibo, no de mala manera, pero si con la energía reservada para la mencionada clase.
Finalmente, veremos si vuelvo ahí o camino por otra calle, como escuché en un cassette de Lily García el otro día. En Pueblo, venden la leche en polvo de soya que toman mis hijos que hay que buscarla como aguja en un pajar y eso quizás me lleve a volver, a visitar a mi querida Chiqui y a la Niña Exorcista. Pero, para otros menesteres, quizás patrocine a mis amigos de Amigo, a los Grandulones de Atilano, o quizás vuelva a mis raíces de Conchita donde las cajas registradoras eran más sencillas y no había que pasar la compra dos veces, ni moverse a cajas VIP.
Es que lo moderno a veces complica y si te dejas, te complica la mente y caes en la trampa de pensar que más allá de Pueblo no vive gente…
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