El fin justifica los medios. Empleados en las calles, despedidos, fuera de sus trabajos. Reglas de juego disparejas, al son del dólar, de contratos millonarios repartidos de manera minimalista, con caprichos personales de por medio, sin entrar en detalles de los méritos ni el talento del agraciado.
Macanazos e insultos, postrar de rodillas al universitario, al son del poder. La prensa es presa del autoritarismo, de un régimen maquillado de democracia.
Los millones compran anuncios televisivos en la recta final eleccionaria, creando ilusiones joliwudenses, de un líder peinado a la perfección, con sonrisa perlada que disfraza pensamientos de reivindicar, de repartir alimentos y placer a su jauría de lobos.
Pueblo torpe que se divide en tribus, en ánimo de no se qué, de dar ventaja al adversario, a ese que responde a intereses de pocos y le conmueve poco el sufrimiento de muchos.
Pueblo iluso, tal niño de kindergarten, que todavía cree en el líder peinado a la perfección, que promete bienaventuranza, y reparte desesperanza. Pueblo que pretende ser lo que no es, pretende ser parte de algo que no puede ser, y se auto-flagela creyendo ciegamente al líder peinado a la perfección.
Pero más allá del ignorante, de la mentira, del engaño, del fraude, de los millones, y de un pueblo torpe, se levanta un pueblo con alma, con mente propia, que abre los ojos y se defiende de actos impropios que atentan contra su fibra. Es un pueblo que grita, que se hartó de la injusticia y que prevalecerá de algún modo, de un modo incomprensible, que va más allá de los sentidos.
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