Los animales exóticos en el Museo se veían reales pero estaban muertos, sin alma presente. Exhibición cara, educativa y deprimente. Matar animales y exhibirlos para crear conciencia sobre la preservación de éstos, decían frescamente y con ironía los anfitriones de la velada. Esa noche se efectuaba la presentación de un libro sobre cacería en el glorioso museo; se idolatraba y veneraba la matanza de animales en peligro de extinción.
Comenzaba la presentación del libro escrito por una dama de alta sociedad, una que participó de 15 Safaris al África. Safaris para matar y para recrearse, donde aprovechas y ves el amanecer espléndido y das de comer a la aldea al matar a tu espécimen, según ellos. Viaje de placer, de ir al otro lado del mundo, a saciar tu lado asesino. Actos barbáricos legalizados a fuerza del billete y del contrabando. Violación de derechos, que sin duda los animales también tienen, o deberían tener.
La dama, la escritora, tenía un colmillo colgado del cuello que provenía de alguna cacería, o quizás de alguna boutique fina. Ese era el look para la ocasión, con estampados de tigresa en la blusa y colmillo en el cuello. Tranquila y fríamente, con algo de intriga y suspenso, narró la matanza de dos leonas culminada por su dedo en el gatillo. Narró como, antes del crimen, las leonas se devoraban la carnada, ignorantes al señuelo de traición y de entrampamiento. La dama narró la aventura, la adrenalina, el gozo de cazar.
Le hizo coro un gordo, de esos gordos alegres, de esos que respiran con dificultad y cuando se ríen, se quedan con menos aliento aún. Este duplicaba los viajes safaris de la dama y los vendía al público como un pasatiempo de recreación, de compartir con los panas y de ver el mundo. Además, hasta su hijo le acompañaba en los viajes, extraña forma de fomentar la relación paterno-filial.
El público de la velada era diverso, todos de sociedad claro está, de alcurnia campechana y alegre, de dar aplausos vigorosos cuando se narraban las anécdotas sangrientas y misteriosas. Jueces, siquiatras, políticos y empresarios, casi todos machos, se deleitaban ante las anécdotas de la amazona inyectada con “botox” y del gordo alegre y sin aliento.
La dama, la gran escritora, donaría algunos ejemplares de su obra literaria al museo para que los vendan y recauden fondos; gran obra filantrópica que se une a la gran obra de matar al elefante o al león para así alimentar a la aldea. Sin duda, la dama tendrá el cielo gano.
Al gordo, al que no tiene aliento, a ese le dieron la placa como “Miembro Deluxe” del Club Safari. Solo pocos obtienen esa distinción. Él, alegre, sin palabras y sin aliento, lo aceptó con orgullo y con lágrimas de cocodrilo en sus ojos. Sin duda, el merecidísimo premio le daría aliciente para acudir al menos a una decena más de expediciones.
Cacería, viaje macondiano al mundo de lo irreverente, de lo anti natural…