viernes, 17 de junio de 2011

Safari

Los animales exóticos en el Museo se veían reales pero estaban muertos, sin alma presente.  Exhibición cara, educativa y deprimente.  Matar animales y exhibirlos para crear conciencia sobre la preservación de éstos, decían frescamente y con ironía los anfitriones de la velada.  Esa noche se efectuaba la presentación de un libro sobre cacería en el glorioso museo; se idolatraba y veneraba la matanza de animales en peligro de extinción.
Comenzaba la presentación del libro escrito por una dama de alta sociedad, una que participó de 15 Safaris al África.  Safaris para matar y para recrearse, donde aprovechas y ves el amanecer espléndido y das de comer a la aldea al matar a tu espécimen, según ellos.  Viaje de placer, de ir al otro lado del mundo, a saciar tu lado asesino.  Actos barbáricos legalizados a fuerza del billete y del contrabando.   Violación de derechos, que sin duda los animales también tienen, o deberían tener.
La dama, la escritora, tenía un colmillo colgado del cuello que provenía de alguna cacería, o quizás de alguna boutique fina.  Ese era el look para la ocasión, con estampados de tigresa en la blusa y colmillo en el cuello.  Tranquila y fríamente, con algo de intriga y suspenso, narró la matanza de dos leonas culminada por su dedo en el gatillo.  Narró como, antes del crimen, las leonas se devoraban la carnada, ignorantes al señuelo de traición y de entrampamiento.  La dama narró la aventura, la adrenalina, el gozo de cazar.
Le hizo coro un gordo, de esos gordos alegres, de esos que respiran con dificultad y cuando se ríen, se quedan con menos aliento aún.  Este duplicaba los viajes safaris de la dama y los vendía al público como un pasatiempo de recreación, de compartir con los panas y de ver el mundo.  Además, hasta su hijo le acompañaba en los viajes, extraña forma de fomentar la relación paterno-filial.
El público de la velada era diverso, todos de  sociedad claro está, de alcurnia campechana y alegre, de dar aplausos vigorosos cuando se narraban las anécdotas sangrientas y misteriosas.  Jueces, siquiatras, políticos y empresarios, casi todos machos, se deleitaban ante las anécdotas de la amazona inyectada con “botox” y del gordo alegre y sin aliento.
La dama, la gran escritora, donaría algunos ejemplares de su obra literaria al museo para que los vendan y recauden fondos; gran obra filantrópica que se une a la gran obra de matar al elefante o al león para así alimentar a la aldea. Sin duda, la dama tendrá el cielo gano.
Al gordo, al que no tiene aliento, a ese le dieron la placa como “Miembro Deluxe” del Club Safari.  Solo pocos obtienen esa distinción.  Él, alegre, sin palabras y sin aliento, lo aceptó con orgullo y con lágrimas de cocodrilo en sus ojos.  Sin duda, el merecidísimo premio le daría aliciente para acudir al menos a una decena más de expediciones.
Cacería, viaje macondiano al mundo de lo irreverente, de lo anti natural…

lunes, 6 de junio de 2011

Pablo


Pablo era un ángel. Lo había sido por miles de años.  Ansiaba ser niño.  Jugaba entre las nubes, caminaba por las calles doradas. Cantaba sin cesar, alegre eternamente.  Pero Pablo miraba hacia abajo. Veía a los niños jugar en las calles, caerse de sus bicicletas, aguantar la respiración debajo del agua y llorar por un helado.  Algo le decía que esa imperfección era interesante.  Pablo no era pretensioso. No tenía que ser el hermano mayor, ni ser líder. Él podría ser el que siguiese órdenes, al que le corrigiesen, el último en aprender a leer en la casa.  Transaría por heredar la ropa de algún hermano mayor y de entretenerse  con balones ya usados.  Peluches y robots rotos serían bienvenidos por el pequeño ángel.
Pablo no tenía un plan.  Dependía del destino, de la suerte y de la voluntad.  Para  salir de su mundo celestial, tenía que combatir prejuicios y circunstancias, a la inflación, al costo de vida, a los pañales de diseños caros, y leche fórmula con precio de vino tinto, de cosecha de los noventa.
Pablo caminaba por las calles doradas y soñaba con un mundo imperfecto, de risas espontáneas  y de machucones en las rodillas.  Pablo, ángel milenario, con esperanza infinita…

viernes, 3 de junio de 2011

La Competencia

Competencia literaria de cuentos. Farsa fantástica y fatídica.  Tipos estereotipados con ínfulas grandes y egos mayores.  De los competidores estaba aquel con el machete “King Size” en la cadena de oro catorce kilates, la riquita de apellido fru fru, el del rabo largo con cara de chico malo, el bohemio de pasillo con sombrerito rebuscado y la mujer con aspecto adolescente. 
Los cuentos eran insólitos.  Aquel que se hizo macho cuando mató al “pai” porque violaba a su “mai”. O el que se meó encima luego de que se le resistieran al asalto. O la que menciona a Jim Morrison en un Ipod, o la que fue a una galaxia y resultó que estaba en el Paseo de las Estrellas de Hollywood.  Ah, y ni hablar del impactante cuento que consistía de una oración. O el que escribió un texto donde decía que se iba antes de terminar la competencia.  Joyas literarias sin duda.
El moderador era un tipo intelectual, con pretensiones de locutor.  Si, de esos escritores con mucho título, mucho pedigree y mucho guille.  Si, de esos profes cincuentones que creen que las estudiantes de 20 se babean por ellos. 
Los jueces de la competencia, esos si eran espectaculares.  Uno de ellos, dueño o presidente de una librería. El otro caminaba por veredas similares. El tercero, un alegado crítico literario ganador del premio no me acuerdo cuál. Si, de esos que se sonrojan cuando hablan de ellos mediante su curriculum vitae y que les encanta el reconocimiento para que su ego crezca un chispito más.
Treinta cuentos, treinta individuos con alegadas mentes creativas. Uno de estos admito fue bueno, chispeante y original. El resto, dignos de triturador de papeles. Digna competencia para reírse y tirarse un buen peo en el receso entre cada cuento.
Competencia de cuentos, reflejo de nuestra sociedad enferma que destella violencia, bipolaridad y transculturación extrema. Reflejo de nuestra indefinición y de que el carro prende pero no camina.  Reflejo de mentes esclavas y de ilusiones sin sentido.
Pero, en Macondo, hasta los cuentistas tienen sus días de destello, de aplausos anémicos y de fanfarria con hemoglobina decaída.
3 de junio de 2011

El nacimiento (versión corta)

Mi esposa estaba a punto de explotar, no de una jartera, sino de la barriga de nueve meses plus.  Ese día veíamos “plácidamente” por t.v., a eso de las 12 de la noche, a Jim Jones, aquel que indujo a cientos a tomar “Tang” con cianuro.  De momento oigo en la lejanía: “Vámonos, que rompí fuente.”  Nos vestimos como locos y a “jullir”.  Es curioso que estos eventos de emergencia me dan vía verde para convertirme en conductor de Fórmula 1, uno de mis tantos sueños.
Llegamos al “Ashford” y meten a la “preñá” a un cuarto.  A mi me sientan por un pasillo, afuera, con el estrés “trepao”, viendo un juego de “Lakers” y “Celtics”, empatado a 40.  Me acompañaba en ese frío y blanco piso una nevera de refrescos y uno que otro empleado con aspecto fantasmal.  Con los Lakers arriba por cuatro, me dice una norsa que entre.  Yo, viejo ya para ser primerizo en estos asuntos, veo a mi esposa, puja que te puja y pidiendo un “pullazo” de morfina.   Lo que le inyectaron no le cayó bien o el espíritu de Jim Jones nos visitó y le metió un poquito de aquel mejunje en la vena.  Entre respiración kundalini yoga y el puja-puja venía un apetitoso buche de vómito, que en el caso de las “preñás” se multiplica por dos por lo mucho que comen las contrallás.  Que lindo preámbulo para la llegada de nuestro primogénito. 
Diez horas después,  a eso de  las 11 a.m., llegó el ginecólogo que se veía “matao”  y dijo: “Chacho, aquí “trasnochao”, me indigesté y no pude dormir anoche, tráiganme un café.”  Si por mi fuera, lo sentaba en el banco de los Celtics. 
Me pusieron una bata para presenciar el magno evento.  En mi despiste y moronidad tecnológica, y en plena cesárea, le pregunté a la preñá qué botón se aprieta para que la cámara prenda.  Por fin, entre fotos y cuchilladas, nació el más esperado entre risas y lágrimas.  Amén.    
(Versión corta y editada de cuento escrito en el 2007. La original está en algún lado, espero…)- mayo, 2011