miércoles, 30 de noviembre de 2011

Más por Menos

Erase un niño que corría rápido, el más rápido de todos, el más gracioso, el más honesto, el más puro.  Cantaba himnos a Cristo y a Dios, en inocencia, en una isla escondida de nubes y soles perfectos.  Creció  poco a poco, se esforzó, se superó, se cayó y se levantó.  Perdió a su amigo, a su hermano, lo repetía hasta el hastío, hasta el infinito. Y siguió, y siguió.
Lo matricularon en un colegio de alcurnia, de alta academia, de status.  Y él, lo odiaba, lo detestaba, pero se superaba, buscando llegar lejos, muy lejos.  En cuarto año de escuela superior, el Sacerdote mayor del colegio popof le dijo que debía quedarse en la UPI de Rio Piedras, conformarse, aspirar por menos, que no estaba preparado.  Y él siguió, tanteando, a ciegas, sin guía, pero sin pausa.  Sociales, Humanidades, Relaciones Laborales, Pedagogía, doscientos créditos de Bachillerato, perdidos y ganados.  Luego consiguió la Maestría, luchando, a pulmón, como muchos y como pocos.
Como maestro educó a muchos niños especiales, se superó, dio el ejemplo, fue sepultado, dado por muerto, y los ángeles guerreros le sacaron de la tumba creada por el hombre, por  la envidia,  Siguió luchando, buscando más y más, con sueños que no morían.  Estudió una segunda carrera, abogacía, en las aulas frías, a altas horas de la noche, perdido en los libros, luchando contra el tiempo, como muchos, y como pocos, buscando más.  Le dijeron que no podía, que buscara otros rumbos, que se conformara con menos, y el luchó, y busco más.
Tenía que licenciarse.  No sería fácil. Luchó  y lo logró, buscando más.  No sería suficiente.  Le exigían más, y busco dos licenciaturas más, notarial y federal, buscando más.  Y las consiguió porque las quería y eran necesarias para buscar más, para ser alguien supuestamente, para ser estable, para ser digno.  Y las cuatro licenciaturas y más de trescientos créditos universitarios estaban ahí latentes, en su mente, y le sirvieron de poco.   Y como abogado litigaba como un león, sin miedo, con pasión y sabiduría. Y consiguió el máximo rango en las artes marciales, buscando más, en un examen luego de una práctica de ocho horas ante el japonés Saíto, en un piso de cemento en Sabana Grande.  Es que buscaba más.   Y se hizo cinturón negro, si negro.
Y su Sensei boricua se marchó, tenia que irse, con su familia, a tierras lejanas. Y él buscó nuevos rumbos en las marciales, y los encontró, buscando más. Pero siempre supo quien era su Sensei y lo procuró siempre.
Cambió de trabajo, buscando más.  Y fue un engaño, una burla.  Creyó que todo cambiaría, que la Vida se encargaría de premiarlo.  Y pasaron los años, y no dependía de él, dependía de otros, de la política, de los contactos y del no se qué.  Y muchos se alejaron de él, por pesimista, por peleón, por cristiano y por loco quizás, porque decía la verdad.   Y algunos se quedaron junto a él, porque era valiente, y veían su valor y se arriesgaban con él.  
Y tuvo una familia, buscando más, cuando ya parecía que moriría solo. Y tuvo su oasis.
Y aspiró a ser fiscal, y le preguntaban para qué,  y él luchaba y contactaba y ponía buena cara en la tempestad.  Y se esforzó en su nuevo trabajo, sentado como un imbécil frente a una computadora muda, y lo odiaba, y se superó, buscando más, y mantuvo su fe, y continuaba afirmando que quería ser fiscal.   Y un día comenzó a cambiar, a ir a la Iglesia, a aspirar a la libertad, se puso un rosario en el pecho, y volvió al gimnasio, a su raqueta japonesa de tenis, a su bola de basquetbol, a sus katas, al saco, a nadar, a correr rápido, a ver el sexo como bueno, a sus lagartijas, a sus abdominales, al mar, a aprender, a soñar, a dejar la mente volar, a su camisa marrón que siempre le gustó, y soltó el afán  y comenzó a hacer menos para hacer más.   Y dejo de importarle el que dirán, o si podía cumplir al máximo potencial, y decidió hacer el mínimo ante la falta de justicia.
Y en ese momento se recordó que es un guerrero, así le enseñaron, y así morirá.  Y aprendió que en esta vida un tanto dulce y un tanto cruel, aspirar a menos es igual que aspirar a más.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Recuerdo

“¡Me lo mataste!” Así le dijo con impotencia y con furia la esposa del naturópata al mozalbete asesino.  Unos segundos antes el tipo de tez trigueña, de estatura alta y pelo corto había ultimado al naturópata español que hizo de Puerto Rico su hogar por más de cuarenta años.  Luego de matarlo, se fue caminando de manera cínica, sin ánimo de correr avergonzado. Típico lenguaje corporal del gatillero de sangre fría que mata por encargo.
Lo conocí hace quizás media década atrás.  No era paciente regular de él, amigo íntimo mucho menos, pero le hacía consultas de pasillo y compraba algunos de sus suplementos con cierta regularidad. A veces charlábamos algo más personal por algunos minutos.
 Le escuchaba por radio cuando yo era soltero, cuando a la 1 de la mañana retornaba en mi auto luego de “janguear” algún sábado en la noche.  Al oír su voz por las ondas radiales, me servía de acompañante, de bálsamo, luego de oler humo de cigarrillo por cuatro horas en algún hotel de San Juan.  Me parecía curioso que un individuo estuviese en una emisora de radio a esa hora un fin de semana.  Ese era su apostolado, su vocación, su modo de ayudar y de ganarse la vida.
En tiempos recientes me estaba tratando mi eterna sinusitis con Composor 12, producto vendido por él con base de eucalipto.  Le compraba también litio natural líquido, y lacticol- compuesto de col y remolacha fermentada que huele insoportable pero aviva el sistema gástrico-intestinal.  Para los mocos, el asma  y el catarro, le compraba Vigor Pec y el Vigor ASM y lo bebía yo, mi hija (le encanta), mi mamá, mi esposa y mi hijo (a regañadientes).  Le compré otros también y eran algunos de los tantos productos, o suplementos, como les llamaba el Doctor.  Así solía referirme a él cuando lo veía.
Recuerdo un día que nos comentó a mi esposa y a mi que el acto sexual era mejor si uno no se baña en ese momento, para así sentir las sales y no se qué del cuerpo ajeno.  Recuerdo también su historia de las nalgadas que le daban los curas, cuando era niño, en el colegio español donde cursó estudios.  Recuerdo también el día que me comentó que beber orina es saludable, que lo hizo alguna vez pero ya no.  Recuerdo le gustaba la política y me hacía algún comentario ocasional sobre este tema. Me preguntaba de un tío analista político que tengo y yo le decía que si una juez amiga en común lo había visitado para consulta.  Nada, eran conversaciones triviales en busca de un fin: la salud mental, física y espiritual.
No recuerdo haberlo visto reir y si sonreía era de manera tenue, al menos conmigo. Era amable, más bien callado, relajado y concentrado a la hora de buscar sus productos en los angostos pasillos de su consultorio.  En mi interior pensaba que vendía caro, que estaba comercializando, pero luego caía en tiempo y volvía en busca de salud y de su sabiduría en estos temas naturopáticos.
Lo recuerdo metido en su oficina, quizás buscando algún brebaje nuevo, alguna fórmula distinta de hacer las cosas.  En su programa radial, iba al grano, a veces filosofaba, a veces antagonizaba con algún radioescucha majadero y luego tendía la mano a alguna anciana analfabeta que buscaba guía. 
Recuerdo era como gitano.  Pasaba consulta, según decía él, por los cuatro rincones de Puerto Rico.  Recuerdo cuando le chocaron un Ford Mustang amarillo y lo dejo chocado por par de años, me imagino que no tenía tiempo para estupideces de talleres de hojalatería y pintura que atrasarían su agenda de vida.
Recuerdo siempre que estaba peinado a perfección, con partidura al lado, ropa nítidamente planchada, espejuelos de concha fina me parece, o quizás de metal, con lente bastante grueso que le aumentaban un tanto el tamaño de sus ojos.  Recuerdo que no prendía el aire acondicionado del consultorio, no sé si por ahorrar luz, o porque se dañó o por motivo de alguna teoría naturopática- nunca le pregunté.  Me preguntaba cómo sobrevivía sin oxígeno por ocho horas en su consultorio.
Los pequeños pasillos de su consultorio estaban repletos de salud.  Nada era innecesario, tenía un remedio para cada cosa, y su computadora era su mente.  Leía el iris, con o sin programa de computadora, pero recomendaba el computarizado.  Mi esposa y yo tuvimos la experiencia y a mi me tocó cuidarme el sistema linfático.  A ella, le recomendaron varios suplementos pues al Doctor no le gustó el aspecto de su iris.  Creo que mi esposa creó más conciencia desde ese momento, sin saberlo, gracias a él.
Recuerdo, que siempre lo recomendaba.  Fueron muchas las personas a las que le hablé de él.  Es que impartía confianza, conocimiento y seriedad.
¿Y porque lo mataron? ¿Qué lo justifica?  Si atrapan a su asesino, ¿merece vivir?  ¿para qué? Que me perdone Dios pero en casos temerarios, sanguinarios, donde se sabe quién fue el asesino, quizás la pena de muerte se justifica.
Se nos van los buenos, los jóvenes productivos, los profesionales, los sanos.   A cambio, el asesino campea, se ríe, vende el “crack” y “reguetonea” un poco. La diatriba de reflexionemos, de paremos ya el odio y la violencia suena como lluvia caer.  Queda entonces que eduquemos a los niños, que el Estado realmente intervenga en esas comunidades y familias desventajadas para que no se creen monstruos que arrebaten vidas.
Mientras tanto, que descanse en paz mi querido Doctor, ya libre de Macondo y probando brebajes en el mundo celestial. Amen.