Erase un niño que corría rápido, el más rápido de todos, el más gracioso, el más honesto, el más puro. Cantaba himnos a Cristo y a Dios, en inocencia, en una isla escondida de nubes y soles perfectos. Creció poco a poco, se esforzó, se superó, se cayó y se levantó. Perdió a su amigo, a su hermano, lo repetía hasta el hastío, hasta el infinito. Y siguió, y siguió.
Lo matricularon en un colegio de alcurnia, de alta academia, de status. Y él, lo odiaba, lo detestaba, pero se superaba, buscando llegar lejos, muy lejos. En cuarto año de escuela superior, el Sacerdote mayor del colegio popof le dijo que debía quedarse en la UPI de Rio Piedras, conformarse, aspirar por menos, que no estaba preparado. Y él siguió, tanteando, a ciegas, sin guía, pero sin pausa. Sociales, Humanidades, Relaciones Laborales, Pedagogía, doscientos créditos de Bachillerato, perdidos y ganados. Luego consiguió la Maestría, luchando, a pulmón, como muchos y como pocos.
Como maestro educó a muchos niños especiales, se superó, dio el ejemplo, fue sepultado, dado por muerto, y los ángeles guerreros le sacaron de la tumba creada por el hombre, por la envidia, Siguió luchando, buscando más y más, con sueños que no morían. Estudió una segunda carrera, abogacía, en las aulas frías, a altas horas de la noche, perdido en los libros, luchando contra el tiempo, como muchos, y como pocos, buscando más. Le dijeron que no podía, que buscara otros rumbos, que se conformara con menos, y el luchó, y busco más.
Tenía que licenciarse. No sería fácil. Luchó y lo logró, buscando más. No sería suficiente. Le exigían más, y busco dos licenciaturas más, notarial y federal, buscando más. Y las consiguió porque las quería y eran necesarias para buscar más, para ser alguien supuestamente, para ser estable, para ser digno. Y las cuatro licenciaturas y más de trescientos créditos universitarios estaban ahí latentes, en su mente, y le sirvieron de poco. Y como abogado litigaba como un león, sin miedo, con pasión y sabiduría. Y consiguió el máximo rango en las artes marciales, buscando más, en un examen luego de una práctica de ocho horas ante el japonés Saíto, en un piso de cemento en Sabana Grande. Es que buscaba más. Y se hizo cinturón negro, si negro.
Y su Sensei boricua se marchó, tenia que irse, con su familia, a tierras lejanas. Y él buscó nuevos rumbos en las marciales, y los encontró, buscando más. Pero siempre supo quien era su Sensei y lo procuró siempre.
Cambió de trabajo, buscando más. Y fue un engaño, una burla. Creyó que todo cambiaría, que la Vida se encargaría de premiarlo. Y pasaron los años, y no dependía de él, dependía de otros, de la política, de los contactos y del no se qué. Y muchos se alejaron de él, por pesimista, por peleón, por cristiano y por loco quizás, porque decía la verdad. Y algunos se quedaron junto a él, porque era valiente, y veían su valor y se arriesgaban con él.
Y tuvo una familia, buscando más, cuando ya parecía que moriría solo. Y tuvo su oasis.
Y aspiró a ser fiscal, y le preguntaban para qué, y él luchaba y contactaba y ponía buena cara en la tempestad. Y se esforzó en su nuevo trabajo, sentado como un imbécil frente a una computadora muda, y lo odiaba, y se superó, buscando más, y mantuvo su fe, y continuaba afirmando que quería ser fiscal. Y un día comenzó a cambiar, a ir a la Iglesia, a aspirar a la libertad, se puso un rosario en el pecho, y volvió al gimnasio, a su raqueta japonesa de tenis, a su bola de basquetbol, a sus katas, al saco, a nadar, a correr rápido, a ver el sexo como bueno, a sus lagartijas, a sus abdominales, al mar, a aprender, a soñar, a dejar la mente volar, a su camisa marrón que siempre le gustó, y soltó el afán y comenzó a hacer menos para hacer más. Y dejo de importarle el que dirán, o si podía cumplir al máximo potencial, y decidió hacer el mínimo ante la falta de justicia.
Y en ese momento se recordó que es un guerrero, así le enseñaron, y así morirá. Y aprendió que en esta vida un tanto dulce y un tanto cruel, aspirar a menos es igual que aspirar a más.