Al oír su nombre recordé a una muchacha que conocí brevemente en mi adolescencia. También pensé en que es un nombre de mujer atractivo, femenino, si es que podemos pensar que hay nombres de mujer con rasgos masculinos.
En fin, Irene, la de ahora, la de moda, la tormenta con aires de huracán, es de esas cosas que trastoca. No como Hugo que era un monstruo, pero trastoca como quiera.
Los fabricantes de salchichas aumentan sus ventas, al igual que las panaderías que no dan abasto con el pan sobao. Ni hablar de las bolsas de hielo, o las gasolineras que albergan filas de dementes en espera del fin del mundo.
Los periodistas son variados. Unos te matan del corazón con sus pendejadas donde describen la tormenta como un Huracán Tipo 5 o que tiene vientos que oscilan entre tormenta tropical y huracán cuya imprecisión confunde hasta al más cuerdo. Hay otros periodista más realistas pero son los menos, muy menos. Es que la tragedia, el pánico, el morbo periodístico, el terror y el miedo venden. Hay que meter miedo a la gente, porque eso vende, cautiva al ignorante y al no tan ignorante. Los del Canal 11 son especialistas. Se maquillan con “heavy make up”, con tez blancusina, y ojos de vaca cagona y te joden la mente, para que compres salchichas para un mes y tripliques la compra de pan sobao.
La gente en la calle corre en desenfreno a meterse a la casa catorce horas antes del evento, para prender las velas a la Virgen de la Guadalupe, o la del Carmen o a San Judas Tadeo. Los nenes celebran pues la escuela sale del panorama y no tienen que ponerse el incómodo uniforme que pica o los zapatos duros de cuero. Los empleados públicos celebran pues no tienen que virar huevos, bueno los que viran huevos, no todos. Los privados celebran porque no tienen que exprimirle la vaca al capitalista que los exprime a ellos día a día. Los desempleados y buscones piensan qué reclamarle a FEMA y de seguir procreando en plena tormenta para recibir más cupones.
Sufren en medio de la tormenta los vendedores de carrito de “hot dog” o tripleta, o los vendedores de carro que en tiempos buenos apenas venden, o los mensajeros de motora de bufetes de abogados o el porteador de periódicos en las luces, que en tiempo de tormenta deben pedir un “rain check” para vender sus chucherías en tiempos mejores. Sufren también los perros realengos, los gatos sin hogar, que deben buscar refugio debajo de algún carro, o árbol o a saber donde.
Están los padres de niños pequeños, a veces con catarros que explotan en media tormenta, limpiando mocos, y explicándoles porque los muñequitos se han ido del aire y ellos protestan con indignación. Y a inventar juegos de peleas de Súper Héroes, o de un, dos, tres pescao, o a correr patineta en medio de charcos, o contar cuentos y más cuentos.
Están los ricos, que no sufren, ni se dan por aludidos, es cuestión de prender un botón para que la planta funcione y tener el teléfono a la mano de la compañía que está “on call” por si a la planta le pasa algo. En la nevera tienen “sushi”, “blueberries”, vino blanco y todo lo apetecible. Tienen sistema de cable e Internet garantizado por modos que solo ellos conocen. Pueden mantenerse con vida de rey por al menos dos semanas, suficientes para que el desorden se convierta nuevamente en orden,
Y para muchos la peste a chivo es grande, no bañarse en 48, o 72, o no sé cuantas horas, y no afeitarse, con apariencia de deambulante, y que no puedas dormir ante el silbido o rugido del implacable viento, o que se te quite el hambre ante el “stress” que te come y no te deja quieto.
Y está el que duerme como un ángel, que le importa un bledo, o que se mete una pepa y una “Budweiser” y duerme todavía mejor, o se pone a jugar dominó o damas o bingo como si nada, como si fuera un pasadía a disfrutar en familia, a conversar y hacer chistes y anécdotas o quizás aprovechan y leen una novela que tenían pendiente.
Y están los “workaholics”, que siguen trabajando, produciendo, desde la casa si no hay otro remedio, pero produciendo, si produciendo, porque el trabajo es necesario, dignifica y es la bujía que los mueve.
Y que me dicen de los informes del tiempo amorfos en fondo blanco y negro en la pantalla de televisor, que emite la radio también, que comienza con un sonido que estropea oídos, y audio casi inentendible y que termina con el mismo sonsonete y te pone los pelos de punta con las versiones en voz de ultra tumba que anuncia inundaciones repentinas y las tantas pulgadas de lluvia que afectaran a tal y tal municipio.
Está el tarado con titulo de “IVY League”, de “Harvard” o “Yale”, que se preocupa si al otro día del evento hay banco abierto, o el consumerista innato o las viejitas patitas calientes o el que va a disfrutar aire acondicionado, que se preocupan por la apertura de los “shopping centers” lo antes posible.
Está la gente que prende los radios a volúmenes insostenibles, a volúmenes de concierto de Maná, en un desconcierto de emisoras AM que anuncian desastre que te vuelan la cabeza de paranoia huracanesca.
También está el que tiene eventos pre-tormenta que lo preparan para el mal rato cuando no le prende la dichosa planta eléctrica cuyo volumen puede ser detestable y cuyos humos asesinos intoxican hasta a un maratonista de pulmones sagrados. O el que se le rompe la cortina que debió haber cambiado hace siglos. Ni hablar el que se le mete agua en la casa apenas cae algo de lluvia.
Está aquel que le gusta hacer ejercicio al aire libre, correr, jugar al tenis, baloncesto, y maldice a la tormenta porque le arruina su rutina sagrada que cuida con recelo, más que a sus propios hijos.
Lastima da el que está enfermo, o que padece del corazón, de asma o el diabético o el loco, que tienen que chuparse los vientos y la lluvia y mantenerse “cool” sin que le de un síncope, o un ataque de pánico o un paro respiratorio. Si, porque nadie se mete en un carro por un Expreso a vientos de 70 millas por hora a correr a un hospital y menos una ambulancia va a llegar a una casa bajo esas condiciones. Es acampa frente a Emergencia o atente a las condiciones.
Está también el que tiene que ir al trabajo en plena víspera de la tormenta, los de confianza, que van a firmar, a dar cara par de horas a tapar con cinta adhesiva alguna miserable computadora y vuelven estropeados a sus casas a intentar recargar baterías para ir al otro día a la rutina del nunca acabar.
Interesante también son las conferencia de prensa presididas siempre por el gobernador de turno con su “yaquesito” impermeable combinado con su pelito nunca mojado y peinado con “blower”. Le secundan los genios del tiempo que hablan con tono ansioso como “Nostredamus” confundido e incongruente haciendo pronósticos que oscilan desde leves lluvias hasta el maremoto de Tailandia.
También esta el osado, el que “surfea” en olas de 20 pies, o el que destapa alcantarillas y recoge escombros en plena catástrofe, o el que se mete con las guaguas cuatro por cuatro a quince pies del rio para ver la crecida, o el que se va a buscar jueyes en el Rio Comerío en plena tormenta o el que meramente sale a sentir el viento de setenta millas o a recoger agua en cuatro baldes para bajar los inodoros cagados ya que sabe que al otro día el agua de acueductos será inexistente aun con el exceso de agua caída.
Luego esta el evento post-tormenta, el de aliviarse, el de la catarsis. Es como llegar moribundo a la orilla luego de haber nadado catorce millas y media en la boca del Morro. Las emisoras de radio son sinfonía infinita de quejas. Doña Yeya de Camuy que le da gracias al Espíritu Santo y al Divino Niñito Jesús y a Charlie y al Papa Juan Pablo 2, no al alemán Benedicto de ahora, y a la Virgen de la Providencia, por haber restablecido la luz y el agua, y está el que comenta de las mil cuatrocientas cuarenta y cinco ramas que han caído al borde de la carretera, o los miles que dicen que no tienen luz y agua y así ha sido desde 24 horas antes de pasar la tormenta, o el que llama para protestar por los precios que hubo de gasolina o de comestibles, o el que está perdido y no sabe si trabaja o no o si su hijo debe ir a la escuela cuando ya media humanidad sabe que no hay trabajo y escuela, o el que se lamenta porque no hay cable o “Facebook” y su vida se va en picada o el que se le metió agua en la casa o se le voló el techo o se le cayó el palo de mango de cien años o el que se le fugó el perrito “poodle” y ofrece 500 dólares de recompensa o el que hace campaña política en la radio a destiempo total o el que habla del Equipo Nacional de baloncesto cuando en ese momento a nadie nadie le importa o el que ya no existe en este plano porque se lo trago el rio o recibió una sobrecarga eléctrica.
En fin, la tormenta, sea Irene, Facundo o María, le trastoca el espíritu, y el alma a cualquiera, pero sin ella, sin la lluvia, el viento y los sinsabores que trae, nos veríamos imposibilitados de ser parte de nuestro adorado Macondo…