Sus años de gloria estaban atrás, bien atrás. Su pícara mirada y sonrisa escondían soledad. El mundo terrenal era su aliado, las salidas, el jangueo, disipaban parte de su dolor. Sus andanzas, montarse en el carro Mustang y bajarse en la bar Azuquita le costaron. Le costaron más que la derrota ante Chávez o Trinidad o su triunfo extenuante ante el Chapo. El conductor del Mustang, amigo de la infancia, no era santo de Iglesia y fue emboscado y ahí se fue el Macho.
Era transportado en ambulancia, entubado hasta el mechón encaracolado que lo acompañó por décadas. En ese momento, su soledad quería disiparse y volar a otro mundo, más cerca de la gloria de antaño, más cerca de los amigos y del séquito que él pagaba en Las Vegas.
Su español enredado y torpe se confundía con su inglés neoyorrican repleto de sapiencia y maña callejera, que salpicaba astucia como cuando era arrinconado en la esquina del ring. Era ese inglés aprendido en El Barrio que lo sacaba de apuros cuando era entrevistado en lo que para él era un vernáculo ajeno pero atesorado como suyo por motivo de haber nacido en la Ciudad del Chicharrón.
Su muerte y funeral fueron dignos de Macondo. La desconexión de las máquinas, la controversia sobre su muerte cerebral, la cogida de nalgas de su hijo a otro boxeador en pleno funeral, su madre vestida de blanco, la guardia de honor, Lavoe cantando mientras el Macho boxeaba y bailaba en videos pasados, sus hijos ausentes y luego presentes en la Gran Urbe, sus ex queridas jalándose por los pelos, su brodel peleando con un ex monarca chicharronero también, y él, pasmado en su caja, presenciando lo que le gustaba, el salpiqueo de cafrería, de jodedera y de incongruencia. Lo veía por la Internet y pensaba que se levantaría de la blanca caja, que sacaría una risotada y el Segudo, y traería a colación su ya legendario unicornio prohibido.
Fue ejemplo de nada y de todo. De ser atrevido, de perder su vida, y ser ídolo sin tener todo el mérito para serlo. A su muerte, fue llevado en carruaje halado por caballos y reunió a ex boxeadores, en presencia, por Twitter y Facebook.
Fue capaz de robar, de ir a la cárcel, de manotear a una mujer y a un hijo, de ir a los tribunales, de abusar de su cuerpo, de ser acusado, de hablar un español sin sentido y aún así ser querido y velado como héroe.
Sus victorias y sus derrotas en el ring fueron muchas veces criticadas. Sus agarres constantes cuando iba a ser noqueado contrastaban con su velocidad de manos de relámpago y la guapería del bravo. Su ingenuidad contrastaba con la malicia del mundo. Su jovialidad eterna y capacidad de reírse de si mismo iban de la mano con una seriedad e intensidad que pocos se tomaron el tiempo de apreciar.
Macho, de aquí y de allá, descanse en paz, y que haga reír a los del Más Allá. Hasta luego Campeón.
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