jueves, 30 de enero de 2014

Yace

Yace tendida, inconciente, sin vida apenas.  Jamaqueo, en animo de resucitarla, a la mala o a la buena.  Yace ahi,  desespero y lagrima que se asoma, llamada al 911 y ambulancia que se avecina.  Llegada al hospital antipatico, de olor extrano, y batas blancas y azules, de piso blanco y frio y paredes iguales.  No se sabe nada, si vive o muere, si hubo derrame o infarto, y prognosis reservada, y la vida cuelga de un hilo.  Y los estudios, y la doctora de la cara de pocos amigos, y la ansiedad que arropa, y el hambre que no llega, y el desespero que inunda.  Y no es infarto, ni derrame, pero yace, entubada, maltrecha y destruida casi, provocado por dioxido de carbono elevado causado por enfizema. Y Dios llega, y Jesus llega, y la Virgen llega y uno llega. Llega al punto culminante de la vida, donde realizas tu vulnerabilidad, y que nada es permanente, y das gracias y te hincas de rodilla, y te reconcilias  con tu rebeldia y con odios absurdos.  Yace, ahora un poco menos, con fragilidad constante, y la liberan los angeles de la muerte inminente, y aun fragil, vive.  No es facil, quien dijo que lo era.  Cuidar a la madre enferma, que yace, no es facil.  Pero es una bendicion confusa, molesta y que culmina, de realizar que hay una sola, la madre, con defectos y virtudes, pero solo una.  Y mientras se tiene, aprender a apreciarla, quererla, aun, si yace.

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