jueves, 14 de febrero de 2013

Dieta

Existes personas que no les importan las dietas.  Le encanta comerse hasta el pegao, le encantan las alcapurrias grasientas y embarrás y se comen las donas glaceadas sin pensar.  Otros, siguen las dietas como reloj, la de South Beach, la Scarsdale, la de comer hamburguesas y perros calientes, o tomar solamente jugo y sopa por varios días.  La dieta es sinónimo de sacrificio, de privarte de comer tu helado preferido o jartarte del Godiva que te encanta.  La figurita curvilínea es la meta o tener los abdominales de Stallone en sus buenos tiempos.  La dieta es negocio para algunos que te venden pastillas y cremas mágicas o de entrenadores personales que te esclavizan en el gimnasio y luego te sugieren pollo hervido y ensalada verde de manera forzada y militar y te crean cargos de conciencia si osas pecar.
Pero, el concepto de dieta tradicional se ha transformado en semanas recientes.  Está en boca de todos aún con la aparente trivialidad que  acompaña el tema.  Son dietas de legislador, de 162 pesos por día, que engordan la cuenta de banco un poco más. En tiempos distintos, no traería tanta controversia.  El problema es el instante histórico en que se discute.  Es un instante donde el fisco agoniza, el sistema de Retiro está en coma, los municipios endeudados y el estado general es de déficit tras déficit tras déficit.  En ocasiones, se ha planteado que ni la nómina de los empleados se puede pagar y en ciertas alcaldías ni computadores o bolígrafos hay.
Esto es un problema de todos, porque todos estamos en el mismo barco.  Si el barco se hunde, nos ahogamos todos.  El sacrifico económico nos toca a todos, y la renuncia de placeres o inclusive derechos adquiridos es parte de la ecuación que nos puede sacar del atolladero.
La reforma legislativa fue promesa de campaña del partido en el poder.  El no cumplirla, sin duda tiene un costo político que en Puerto Rico se paga cada cuatro años.  Las promesas no cumplidas son parte del listado negro que saca el opositor en esos debates que se celebran dos meses antes de cada elección.
A eso, súmele temas como la venta del Aeropuerto que muchos tildan de mal negocio y lo rechazan de plano.  No oír al pueblo es comerse la luz roja y esperar que la guagua te dé de frente con las consecuencias que esto trae a la cervical. 
No cumplir promesas es no cumplir con el pueblo.  Más aún, aferrarse a convicciones o posturas que chocan con las del  pueblo es la manera más fácil de cavar tumbas de manera prematura.  Por ello, debe usarse la sicología y la sensibilidad para estar atentos a los reclamos y crear armonía en un país que tanto lo necesita.
Tener el poder, es saber tenerlo, soltarlo y volver ha agarrarlo y amoldarse a circunstancias de manera ágil y dinámica.  Lo contrario, es actuar de manear torpe, y engordar de manera desmedida pudiendo haber hecho algo de dieta aún cuando no querías.


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