Vivía preso de su risa y su sentido del humor. Hacia reír a algunos con sus ocurrencias. Su payaso interno florecía, su ángel gracioso brincaba por las nubes cristalinas. Y existía también el ogro, de matices siniestros e indomitos, que rugía como demonio, de cadenas rojas y púrpura por el cuello, pies y manos. Y de momento el payaso encuentra al ogro, creando luces en el aire y siluetas en la marejada del verano.
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