Hunza tuvo que adaptarse, recortarse el cabello, afeitarse, decir buenos días, buenas noches, aprendió a sonreír a veces. Pero le gustaba dejarse el pelo crecer, no afeitarse a veces, y no saludar a veces, y ni sonreír a veces. Se iba al mar, al bosque, y se quitaba su camisa de civilización. Y cerraba sus ojos y en silencio soñaba en ser salvaje y libre, como antes, y volver a su lugar de origen, otra vez.
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