Caminaban errantes, heridos de muerte, simulando reír aunque la sentían a veces, la risa esa que llega sin pedirla. Habían tenido dueños, no eran libres, para ser libres necesitaban el alma del otro, aunque fuera prestada. Buscaban el sentido lógico, agradar de cierta manera ingenua, y de momento el vacío rabioso, ese contagioso, de perro que ladra hambriento.
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